Nunca supe que un velero podía navegar un canal. Un canal donde el aire huele a campo, en vez de a mar. Donde el agua lleva tierra, en vez de sal. Donde el marinero es de agua dulce,
pero sueña con oler la mar. Nuestros pies descalzos caminaban sobre la tierra que por unos días era nuestro hogar. Una comida compartida alrededor del fuego, juegos sobre la arena, y siestas colectivas bajo el pinar. El romper de las olas de un mar helado al fondo, su rugido se mezclaba con nuestro concierto improvisado. Un viento fresco y vegetal me golpea la frente, y me mece, en mi cama colgante entre dos pinos. Risas y carcajadas son una constante en mis oídos, miradas tibias, abrazos prietos. Y descubro que, al contrario de lo que siempre me dijeron, quizas el paraíso no sea un lugar, sino una compañía. A mis amigos, los Gal-Ándaluz.
Festival de Ortigueira, Galicia. |
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